Más allá de reducir, reutilizar y reciclar: las nuevas erres del reciclaje
A las tres erres clásicas —reducir, reutilizar y reciclar— les ha pasado lo mismo que a los gremlins cuando se mojan: se han multiplicado. Pero en este caso se trata de una eclosión positiva. La sota, caballo y rey iniciales obedecían a la necesidad de aprovechar mejor los recursos dentro aún de la lógica de una economía lineal, y ponían todo el foco en el reciclaje. “Los dos primeros eslabones, la reducción y reutilización, se quedaron en una mera declaración de intenciones, sin normativas para llevarlos a cabo en la práctica”, recuerda Ángel Fernández Homar, presidente de la Fundación para la Economía Circular. La aparición de la erre de repensar o rediseñar apela al ecodiseño; la de recuperar, a evitar que se pierda materia o energía por el camino; la de remanufacturar, al aprovechamiento de los componentes de un producto que ha llegado al final de su vida útil; la de reparar aspira a volver a los tiempos en los que los bienes que comprábamos se arreglaban en lugar de tirarlos.
Las nuevas erres ya sí son expresión de economía circular, integrantes de una visión sistémica que las unifica, les da sentido y las pone a trabajar por un cambio de modelo de producción y consumo. “Hablamos de rediseño o reciclaje como herramientas al servicio de una manera diferente de hacer las cosas”, expresa Raquel Canales, gerente del Grupo de Acción en Economía Circular de Forética, organización referente en sostenibilidad y responsabilidad social empresarial en España. “Estas erres que están surgiendo interpelan no solo a las personas consumidoras, sino también a las empresas productoras”, destaca Rosa García, directora general de Rezero, fundación que trabaja por el residuo cero. Y ponen en su sitio al reciclaje, que no es sino el penúltimo paso antes del vertedero. “No podemos perder de vista que la erre más importante es la de reducir”, y la siguiente, la de reutilizar, para alargarle la vida a un producto”, remacha García.
Aplicaciones como Wallapop o Vinted han popularizado la compraventa de ropa usada; la segunda, además, ofrece la posibilidad de hacer trueques (una prenda por otra, sin dinero de por medio); la plataforma Pantala permite el alquiler. García apunta a que la “servitización”—modelo de pago por uso en lugar de propiedad— estira la de la reutilización al facilitar que más personas se pueden beneficiar del mismo producto, durante más tiempo, y sin necesidad de comprarlo. “En unos años facturará más el intercambio de ropa que la moda rápida”, vaticina Fernández Homar. Parece lógico que sea del sector textil, uno de los que más residuos generan, del que comiencen a salir, también, algunas soluciones. Tejidos de mayor calidad y duración, fórmulas más efectivas de reciclaje, y reeducación, tanto de la industria como de sus consumidores, que pueden elegir rechazar productos tóxicos, no ecológicos o difícilmente reciclables. Dos erres más para el saco.
Fernández Homar establece un símil con la medicina para establecer que la prioridad, en un contexto circular, es que el recurso siga vivo y con buena salud durante el mayor tiempo posible. Si alguno enferma habrá que repararlo, reutilizarlo, remanufacturarlo o, en última instancia, reciclarlo. La valorización energética “es la UCI”; el vertedero, el cementerio.
Cabe preguntarse cómo se están adaptando las empresas al nuevo escenario. Pues a distintas velocidades, y unas mejor que otras, viene a responder García. “Creo que las empresas se encuentran en el punto de entender qué significa la economía circular para su negocio”, precisa Canales. En el momento de plantearse objetivos, diseñar estrategias y hacer un análisis del ciclo de vida de los bienes de consumo que pone en el mercado, para ver cómo incorporar todas esas nuevas erres a sus procesos y acciones. “Las empresas han de invertir y avanzar hacia mercados de reciclables y renovables, pero aún no se han encontrado alternativas que lo sean para según qué materiales. Esa es una barrera importante. Otra estriba en que todavía no hay desarrolladas tecnologías para reciclar determinadas materias primas”, observa.
La clave: medir la circularidad
Llegados a este punto, “medir es clave”, señala Canales, que echa en falta una herramienta común para calibrar y cuantificar impactos y avances en economía circular, como lo es la huella de carbono para el cambio climático. Existen estándares internacionales como Material Circularity Indicator (MCI) de la Fundación Ellen MacArthur o Circle Assessment, desarrollado por Circle Economy, pero aún están en proceso, para adaptarse bien a todos los sectores, según la portavoz de Forética. “La mayoría de compañías han optado por fijar un punto de partida y el establecimiento de indicadores propios”, constata. Consumo de recursos y de agua, porcentaje de materias primas recicladas, indicadores de reciclaje y tipo de energía empleada.
[Este contenido procede de El País. Lee el original aquí]