Así deslocaliza el mundo desarrollado los procesos contaminantes
En buena parte del mundo desarrollado, el traslado de residuos ya la deslocalización de procesos altamente contaminantes han sido las estrategias para conseguir entornos limpios rápidamente. Pero China quiere dejar de ser uno de los vertederos del mundo y desde comienzos de 2018 está prohibida la importación de 24 tipos de residuos, entre los que se encuentran diferentes plásticos, papel y textiles. La nueva situación supone un reto para todos los agentes implicados.
Es lógico pensar que, cuando uno desecha un aparato electrónico en un punto designado para tal efecto o tira basura reciclable en el contenedor del color apropiado, los materiales serán procesados cerca para su aprovechamiento, con la consiguiente reducción del impacto medioambiental que tendrían de otra forma. Pero no siempre sucede así. Para confirmarlo basta darse una vuelta por el distrito de Guiyu, en la ciudad china sureña de Shantou.
Aquí, las montañas de basura electrónica y de plástico alcanzan proporciones épicas. Y dan trabajo a miles de personas que se dedican a su reciclaje. Algunos se especializan en recuperar componentes de teléfonos móviles, en los que las etiquetas en numerosos idiomas certifican que son importados; otros prefieren el plástico porque es más sencillo de manipular; y los que cuentan con recursos más avanzados extraen cobre y oro de todo tipo de aparatos electrónicos.
Hasta 2013, el trabajo se realizaba de forma precaria en talleres ubicados en los bajos de los edificios. La mayoría de las empresas que se dedicaban al reciclaje eran familiares y se regían por una sola norma: la del máximo beneficio. Aunque hace un lustro las autoridades ordenaron que los 1.200 talleres registrados en el lugar se uniesen en 29 empresas de mayor tamaño y se mudasen a un nuevo parque industrial dedicado al reciclaje, Guiyu sigue oliendo a plástico quemado y la actividad ilegal resiste aquí y allá.
Pero todo puede cambiar ahora, porque el 1 de enero entró en vigor la nueva normativa china que prohíbe la importación de 24 tipos de residuos, entre los que se encuentran diferentes plásticos, papel y textiles. No es asunto baladí, porque desde la década de los ochenta el gigante asiático es el principal comprador de este tipo de basura que, generalmente, procede de países desarrollados. En total, en 2015 China importó 46 millones de toneladas de desechos que, después de ser reciclados, sirven para satisfacer en parte la enorme demanda interna de materias primas. En 2016, el 56% de toda la basura que se movió por el mundo acabó en el país de Mao.
Pero como sucedía —y continúa sucediendo a menor escala— en Guiyu, la falta de instalaciones adecuadas y el procesamiento de cantidades tan grandes de desechos provoca graves daños medioambientales —en esta localidad los ríos son de color negro— y preocupantes problemas de salud en la población —Guiyu tiene uno de los índices más elevados de cáncer—. “La prohibición ayudará a reducir los riesgos medioambientales que provoca esta basura y también servirá para aumentar la capacidad que tiene el sector del reciclaje en China para abordar el rápido aumento de los desechos producidos por los 1.300 millones de chinos”, explicaba el pasado día 15 un artículo del diario oficial China Daily.
No en vano, aunque todavía no alcanza los casi 300 millones de toneladas de basura producidos anualmente en Estados Unidos, China se acerca rápido a esas cifras: el año pasado produjo 190 millones. El crecimiento del consumo, sumado a factores como el auge del comercio electrónico, que va ligado a un mayor uso de materiales necesarios para el embalaje, ha hecho que China se sitúe casi a la par del mundo desarrollado en la producción de residuos.
Es una coyuntura complicada para el Gobierno de Pekín, que está poniendo en marcha todo tipo de medidas para aumentar la eficiencia industrial, reducir su crónica dependencia de los combustibles fósiles y también los niveles de contaminación —este año ha logrado disminuir considerablemente la polución atmosférica en Pekín, una de las ciudades más afectadas—. El veto a la importación de basuras se enmarca dentro del ambicioso vuelco que quiere dar el país más poblado del mundo, y se va a notar con fuerza en el resto del planeta.
De hecho, ya lo está haciendo. El mismo día 1, cuando entró en vigor la nueva normativa, la radio PRI informó de la enorme cantidad de basura que son incapaces de procesar las plantas de reciclaje de Estados Unidos, un país que el año pasado exportó 37 millones de toneladas de desechos —4.000 contenedores diarios— por un valor de 16.500 millones de dólares (unos 13.700 millones de euros). Un tercio tuvo como destino China.
Al día siguiente, el diario The Guardian se hizo eco de una situación similar en el Reino Unido. “Durante 20 años hemos exportado nuestro plástico a China, y ahora la gente no sabe qué va a suceder”, reconoció al periódico británico el director de la Asociación de Reciclaje del país, Simon Ellin. Según Greenpeace, Gran Bretaña ha exportado 2,7 millones de toneladas de desechos plásticos a China desde 2012, una cantidad que supone dos tercios del total. En la primera década de este siglo, un 87% del plástico recogido en la Unión Europea para su reciclado acabó en el gigante asiático.