Basura: el eterno problema que engulle las calles de Roma
“Roma está más sucia que nunca”. “Es un asco, en verano la peste entra en el salón”. “Se llena de ratas, cucarachas y gaviotas, por la noche la basura sobrepasa los contenedores”. “Es una vergüenza que la ciudad más bella del mundo esté sumida en esta decadencia”. Las voces de los vecinos de Prati, un barrio acomodado en el centro de la capital italiana, son unísonas: la acumulación de las bolsas de basura es la principal y desagradable queja de los residentes en Roma, que acuden a las urnas para elegir a su nuevo alcalde sin que se haya resuelto el eterno problema de los residuos. Todo el mundo apunta con el dedo a la actual alcaldesa, Virginia Raggi, elegida con el Movimiento 5 Estrellas (M5E) en el 2016. De 43 años, prometía dar un soplo de aire fresco a una ciudad sumida en la degradación y considerada ingobernable. No ha cumplido las expectativas.
No es culpa exclusivamente de Raggi, que heredó administraciones deficientes y una deuda descomunal. Roma es una ciudad enorme, de 1.300 kilómetros cuadrados, y sus casi tres millones de habitantes no son suficientes para pagar impuestos que la mantengan. Solamente su centro histórico es tan grande como la ciudad de Viena. Sus áreas verdes son inabarcables para la empresa que se dedica a gestionarlas. La alcaldesa, a veces víctima de acusaciones machistas, termina siendo el blanco de todas las burlas en las redes sociales. Durante el final de su mandato ha reparado algunas calles, ha dado un empujón a las bicis y los patinetes eléctricos, y dice que se ha dedicado a poner orden en la maquinaria de 23.000 funcionarios municipales. Sin embargo, durante estos cinco años se han incendiando autobuses cada dos por tres, surgen socavones que se zampan coches enteros, e incluso últimamente las incursiones de jabalíes en el perímetro urbano han entrado en la campaña electoral. Y la capital de la tercera economía de la zona euro sigue invadida de basura.
Por llegar con retraso a la recogida diferenciada, por falta de vertederos, por mala gestión (hasta con infiltraciones mafiosas) o por la incompetencia de AMA, la empresa municipal encargada de los residuos, la imagen que da Roma es preocupante. “Durante trece años AMA había falsificado las cuentas. Hemos trabajado mucho para sanear sus finanzas”, se defiende la alcaldesa. La región italiana del Lacio es quien se ocupa de construir los vertederos, y el Ayuntamiento de procesar y recoger los residuos. Ambas administraciones se culpan mutuamente de la situación.
Los problemas se aceleraron tras el cierre, por directivas europeas, del vertedero romano de Malagrotta, el más grande de Europa, en el 2013. Este verano, quizás para evitar una emergencia sanitaria justo antes de la campaña electoral, Raggi reabrió el vertedero de Albano, a 24 kilómetros al sur de la capital. Fue cerrado hace cinco años después de un incendio pero todavía tiene espacio para albergar más residuos, pese al enfado de los habitantes que viven a su alrededor.
Muchos se irían si les diesen el dinero que antaño costaba su casa. Ahora, lamentan, ya no vale nada. Cada día, desde que el vertedero volvió a funcionar el 31 de julio, decenas de personas protestan contra los enormes camiones que llegan con toneladas de basura provenientes de las calles de Roma, dejando un hedor espantoso a su paso. Son escoltados por la policía ante el miedo de que algún manifestante los sabotee. “Roma debe aprender a gestionar su propia basura. Llevarla aquí es esconderla bajo la alfombra y trasladar el problema al campo”, critica Francesca Gnani, que desde hace años se moviliza contra el vertedero. La postal es desoladora. En los alrededores, jóvenes prostitutas esperan posibles clientes sentadas en sillas de plástico y rodeadas de bolsas de desperdicios.
[Este contenido procede de La Vanguardia. Lee el original aquí]