Basura espacial: experimentos para neutralizar el vertedero de la Tierra
El mayor vertedero incontrolado de la Tierra está en el espacio. Junto a los plásticos de los océanos, los cielos son el mayor yacimiento de fósiles de la carrera espacial. A la basura pasada se suma la miríada de satélites de toda clase que circunda el planeta: 1.200 a 2.000 funcionando junto a otros 3.000 cadáveres incorruptos de misiones completadas, aún en órbita.
La Agencia Espacial Europea (ESA) calcula que existen más de 34.000 objetos de más de 10 cm alrededor de la Tierra. Aunque la mayoría no dan mayores problemas o, si bajan un poco, se terminan calcinando en la atmósfera, otros son una potencial amenaza para la industria aeroespacial. Esos pedacitos van a enorme velocidad, 56.000 kilómetros por hora. Su impacto contra un satélite o la Estación Espacial (EEI) puede causar graves daños. Otros sí que consiguen caer a tierra firme, los menos, como lo acontecido seguramente en Murcia y Albacete en 2016. La mayoría, en el mar. Cada día un trozo de chatarra se nos precipita. Unas 70 toneladas al año.
La basura espacial se convirtió en un peligro evidente desde la década de los noventa. En 1991 se produjo la primera maniobra para evitar la colisión de un cohete con los restos de un satélite. Desde entonces se han producido tres choques. Pueden parecer pocos, pero el entorno orbital se vuelve cada vez más inestable.
En 2014 la Estación Espacial Internacional tuvo que autopropulsarse para apartarse del camino de un trozo de chatarra amenazante. La ESA trabaja en un proyecto para limpiar basura espacial: ClearSpace, dentro del programa ADRIOS, una misión de base suiza que contaba inicialmente con lanzar una nave capturadora en 2025. En realidad, más que un camión barredor, será un cazador de una sola pieza: un trozo de cohete Vega abandonado a unos 700 km de altura desde hace ocho años. “El actual problema de los residuos espaciales se debe sobre todo a las explosiones en órbita, provocadas por el remanente de energía (combustible y baterías) a bordo de naves y cohetes. A pesar de las medidas que llevan aplicándose años para evitarlas, su número no ha descendido”, explicaba en noviembre Holger Krag, director del Programa de Seguridad Espacial de la ESA.
Más recientemente, la empresa Astroscale ha planteado usar imanes enormes para atraer y cazar esa chatarra galáctica. La compañía quiere probar su proyecto ELSA-d, que iniciará sus ensayos en breve, después de lanzar con éxito hace unos días su primera nave experimental. Del lado público, la ESA tiene otros planes para reducir el problema de la basura espacial desde lejos: un proyecto de láser para seguir fragmentos de chatarra desde tierra firme (se planteó instalarlo en el Teide). Y tras localizarlos, que un cañón de luz los desplace hacia la atmósfera para terminar calcinados. Toda una fábrica de estrella fugaces.
El pasado 11 de marzo la Estación Espacial Internacional (EEI) hizo el mayor vertido de basura de su historia. En concreto, se arrojaron 2,9 toneladas de restos de baterías agotadas. No es el procedimiento habitual. Hasta ahora se metían en otra nave que ponía rumbo a la atmósfera para desintegrarse. Pero el fracasado lanzamiento de la Soyuz, hace cuatro años, ha cambiado los planes. Los trozos de baterías arrojados por la EEI tendrán el mismo destino: se calcinarán al rozar con el aire terrestre, pero no antes de cuatro años. Al menos estos trozos estarán razonablemente bien monitorizados.
Preocupan más los que pedazos arrojados, los choques de basura espacial que terminen generando reacciones en cadena. En 2009, dos grandes satélites, uno ruso y otro americano, colisionaron despedazándose después. Esos pedazos, a su vez, empezaron a chocar entre sí y desplazarse lejos, creando un sinfín de nuevos proyectiles. Es lo que se conoce como efecto Kessler: cuando haya tantos fragmentos pequeños, quizás haya un día en que la nube de basura sea tan impenetrable que imposibilite lanzar nuevos satélites o misiones espaciales.
El problema de la lucha contra la basura espacial es que tiene poca épica. Al menos, en comparación con mandar una misión a Marte o posar una nave en un asteroide. Pero supone un pico en dinero. Unos 14 millones de euros para evitar choques. Según la ESA, la práctica totalidad de operaciones son falsas alarmas. Así que, antes que sacar el camión de la basura, las agencias trabajan en afinar sus modelos predictivos de choques con la chatarra del espacio.
Durante las últimas dos décadas, se ha producido en el espacio una media de 12 fragmentaciones accidentales al año, una tendencia que por desgracia está aumentando. Estos eventos de fragmentación describen momentos en los que se generan desechos por colisiones, explosiones, problemas eléctricos o el simple desprendimiento de objetos debidos a las difíciles condiciones del espacio. Lo bueno es que de todos los cohetes lanzados en la última década, entre el 60 y el 80% (en términos de masa) siguieron las medidas de reducción, según la ESA.
[Esta noticia fue publicada originalmente en Newtral. Lee el original aquí]