Economía Circular en las ciudades: de aspiración a obligación
Cada vez se habla más de economía circular y de la necesidad de aplicar este nuevo modelo de producción y consumo para salvaguardar el medio ambiente y proteger los recursos finitos de la Tierra. Un modelo que implica, reutilizar, reparar, renovar y reciclar materiales y productos existentes para reducir los residuos al mínimo y abandonar el modelo de “usar y tirar” todo aquello que no nos sirve, se queda viejo o pasa de moda.
Solo en el ámbito de la Unión Europea se producen 2.500 millones de toneladas de residuos al año, por lo que parece evidente que hay que ampliar el ciclo de vida de los productos. “La economía circular ya no es tendencia, es una realidad. La propia sociedad es una parte implicada, y cada vez más demanda ese cambio de modelo, el ser más sostenible, el ser más circular”, afirma Carolina Ibáñez, gerente de Desarrollo Ambiental de Repsol. Otro factor a tener en cuenta es que más de la mitad de la población mundial se concentra en las ciudades y que estas acaparan el 60% del uso de los recursos, por lo que las urbes son los escenarios donde debemos aplicar con éxito la economía circular, algo que podrá ser tan complejo y variopinto como las propias ciudades, pero ineludible.
Esa complejidad es evidente teniendo en cuenta los diferentes tipos de urbes, su tamaño, población, desarrollo, infraestructuras y tantas variables más. “Cada ciudad tiene una idiosincrasia. No es lo mismo una del norte de España que del sur. Ni una ciudad de más de un millón de habitantes que de menos”, señala Ángel Fernández Homar, presidente del Patronato de la Fundación para la Economía Circular. A todo ello se añaden otros parámetros, como el trazado urbano, si es antiguo o de nuevo cuño, la orografía o algo tan determinante como la implicación de ciudadanos, empresas y Administración. No hay una única solución, ni una respuesta infalible por sí sola, pero sí un conjunto de herramientas que la profesora de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, María del Mar Borrego-Marín, define como la teoría de las “siete erres” de la sostenibilidad: rediseñar, reducir, reutilizar, reparar, renovar, recuperar y reciclar.
Los cascos urbanos de muchas grandes ciudades se están rediseñando precisamente para acoger esta nueva movilidad. En España, Barcelona busca una reorganización de la ciudad limitando el tráfico motorizado y dando el espacio al peatón y los carriles bici, que han aumentado en un 72% desde 2015. Otras urbes como Madrid restringen el acceso a los vehículos más contaminantes. La misma tendencia se sigue en capitales como Londres, Berlín, París y Copenhague a pesar de que, en muchas de ellas, este tipo de nueva movilidad “exige un rediseño de las ciudades y no siempre es del todo factible, ya que muchas veces la ciudad está construida de forma muy específica y hay limitaciones”, apunta David Blanco, profesor del área de Economía Financiera y Contabilidad de la Universidad de Burgos. Estas limitaciones son menores a la hora de expandir una ciudad. Según Javier Carrillo, para crear ciudades circulares ideales, las políticas de rediseño deberán orientarse a regular la durabilidad y las posibilidades de reutilización, actualización y reparación de todos los elementos urbanos. Es decir, que el rediseño debe asegurar también el resto de erres, a las que alude la profesora Borrego-Marín.
Las ciudades generan casi el 60% del PIB mundial, y representan alrededor del 75% de las emisiones de carbono y más del 60% del uso de recursos, según datos de Naciones Unidas. Con estas cifras, una cuestión salta a la vista. ¿Se puede mantener el desarrollo de las ciudades reduciendo el consumo de materias primas? “Se puede reducir el consumo, la producción y la extracción de materias primas sin que se vea mermado el desarrollo; simplemente es hacer un uso más responsable”, responde la experta de la Universidad de Sevilla. La idea es reducir o sustituir el consumo que tenga un impacto más dañino, algo que, en el ámbito del desarrollo económico, es ventajoso porque se ahorra en materia prima y en costes.
La iniciativa más reciente en reutilización partió del Consejo de Ministros el pasado junio, cuando aprobó el proyecto de ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario, en el que se establece que, si sobra comida, primero se debe intentar destinar al consumo humano mediante la donación a bancos de alimentos y, de no ser posible, se deben transformar en otros productos como zumos o mermeladas. Si esta opción tampoco es viable, deberán servir para la alimentación animal y, en última instancia, para la elaboración de subproductos industriales y el reciclado para obtener compost o combustibles.
Más que en ninguna otra erre, en el reciclaje converge lo que hagan la Administración y el ciudadano. Es decir, uno no puede reciclar sin ayuda del otro. Para la experta de la Universidad de Sevilla, una de las cuestiones principales es la concienciación y otra, que los ciudadanos tengan posibilidad de hacerlo sin esfuerzo. Por ejemplo, con contenedores cerca de las viviendas. También están los incentivos. El presidente del Patronato de la Fundación para la Economía Circular señala que puede ser beneficioso un sistema fiscal que premie las conductas adecuadas que tengan los ciudadanos, mientras que hay países como Noruega que ya recompensan el reciclaje con iniciativas como recuperar parte del importe, al llevar botellas de vidrio al punto de compra.
España llegó en 2020 a una tasa de reciclaje del 36%, dos puntos menos que la que registró el año anterior y más de 10 puntos por debajo de la media europea, según datos de Eurostat. María del Mar Borrego-Marín asegura que este sigue siendo un porcentaje “muy pequeño” teniendo en cuenta que “se supone que el reciclaje está muy integrado dentro de nuestra sociedad”. El reciclaje tendrá éxito, pronostica la profesora de Economía Aplicada, en la medida que se conciba como un punto intermedio del proceso de la economía circular y no como el final. La conexión con el resto de las erres es innegable. Por ejemplo, con el rediseño de los productos y ciudades, ya que con solo una pequeña cantidad de cualquier material mezclado se hace imposible el reciclaje.
El catedrático Javier Carrillo, de la Universidad de Alcalá, incide en la idea de que en Europa solo el 12% de los recursos materiales utilizados para la nueva producción provienen del reciclaje y de la recuperación, mientras que el 88% restante “implica una nueva extracción de materias primas, buena parte de ellas importadas”. No obstante, Borrego-Marín defiende que los nuevos PERTE (Proyectos Estratégicos para la Recuperación y Transformación Económica) convierten a la gestión de residuos “casi en obligación”.
[Esta noticia fue publicada originalmente en Cinco Días. Lee el original aquí]