¿Hay que repensar los ODS frente a la pandemia de COVID-19?
El coronavirus ha asestado un fuerte golpe a las aspiraciones de Naciones Unidas para cumplir con la Agenda 2030. En su informe sobre el progreso de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en 2020, publicado recientemente, la ONU constata la peor de las sospechas: aunque antes de la COVID-19, el mundo había progresado en varias áreas, incluida la salud materno-infantil y el acceso a la electricidad, los retos más importantes, como la creciente inseguridad alimentaria, el deterioro del medio ambiente y el aumento de las desigualdades, no solo persisten sino que se han exacerbado con la pandemia.
Los datos del informe hablan por sí mismos. Este año va a suponer el primer aumento de la pobreza mundial desde 1998, con casi 71 millones de personas descendiendo al umbral de la pobreza extrema en 2020, según la ONU. Al mismo tiempo, al menos 270 millones de personas se enfrentan a la terrible realidad del hambre, una situación para la que el Programa Mundial de Alimentos está preparando ya la mayor respuesta humanitaria en su historia.
Incluso en los dos objetivos que estaban registrando mayores progresos antes de la pandemia, la salud (ODS 3) y la educación (ODS 4), las perspectivas son malas. Las caóticas interrupciones en los servicios de salud y vacunación de los países en vías de desarrollo, que han limitado también el acceso a servicios de dieta y nutrición que en gran parte dependen de la ayuda internacional, podrían causar cientos de miles de muertes menores adicionales de niños pequeños y madres embarazadas. Y, por supuesto, el cierre de escuelas ha mantenido fuera del colegio al 90% de los estudiantes de todo el mundo, amenzando sobre todo el derecho a la educación de los más vulnerables.
La prestigiosa revista Nature asegura en un editorial reciente que “los investigadores, tanto dentro como fuera de la ONU, se preguntan si los objetivos son adecuados para la era posterior a la pandemia. La ambición de los ODS es tan importante como siempre, pero es necesario una nueva reflexión sobre las mejores formas de alcanzarlos”. Sobre todo porque el éxito de la Agenda 2030 dependía de dos grandes supuestos que han sido puestos en cuestión por la COVID-19: el crecimiento económico sostenido y la globalización.
Según los pronósticos del FMI y el Banco Mundial, la economía global se va a contraer al menos un 5% este año en el mejor de los casos, y la famosa recuperación en forma de V parece cada vez más improbable. Esto provoca que los países industrializados, que ahora mismo se encuentran inmersos en una lucha para proteger a sus propios ciudadanos, vean la ayuda al desarrollo como algo secundario, lo que previsiblemente se traducirá en un desplome de la solidaridad internacional. Además, las tensiones geopolíticas, sobre todo entre China y Estados Unidos, están cuestionando el corazón de la globalización con guerras comerciales y acusaciones veladas. Teniendo en cuenta esta reconfiguración mundial, la pregunta es inevitable: ¿ha llegado el momento de replantearse los ODS?
Las cosas han cambiado mucho desde 2015, año en el que la ONU adoptó por unanimidad 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible para mejorar la vida de las personas y proteger la naturaleza para 2030. El viento soplaba a favor del internacionalismo: los gobiernos acordaron todo tipo de tratados ambiciosos, incluido el Acuerdo de París sobre cambio climático, el Marco de Sendai para la reducción del riesgo de desastres y la Agenda de Acción de Addis Abeba para financiar el desarrollo. Apenas un lustro después, mientras Naciones Unidas celebra su 75 aniversario, gran parte de ese optimismo ha desaparecido, lo que amenaza las bases mismas del proyecto.
Según apunta Nature en su editorial, la supervivencia de los ODS tiene que pasar por una reformulación de los propios objetivos. Esta intención se remonta a incluso antes de la pandemia: según una propuesta de un grupo de asesores científicos de la ONU, los 17 ODS y 169 objetivos asociados deberían redistribuirse en seis estrategias que simplificarían la gestión de la Agenda 2030 y la harían más sencilla de alcanzar. Estos serían el bienestar humano (que incluiría eliminar la pobreza y mejorar salud y educación); las economías sostenibles (que fusionaría los objetivos de crecimiento económico, empleo para todos y economía circular); acceso a alimentos, agua y nutrición; el acceso y la descarbonización de la energía; desarrollo urbano; y la protección de los recursos comunes (combinando biodiversidad y lucha contra cambio climático).
La idea de desacoplar los ODS del crecimiento económico también plantea dudas. Si no hay crecimiento económico, ¿de dónde saldrán los fondos que se necesitan para lograr las muchas transformaciones que suponen los ODS? Los propios Naidoo y Fisher responden señalando una cifra sorprendente: en 2015, los subsidios de los diferentes gobiernos a la industria de combustibles fósiles llegaron a superaron los cinco billones de dólares. Esto quiere decir que, cada año, los ciudadanos pagan el equivalente al PIB de Japón para apuntalar una industria que se encuentra entre las principales causas del cambio climático y el desarrollo insostenible.
Como apunta el editorial de Nature, “este dinero debe gastarse en alcanzar los objetivos, no en socavarlos”. Es decir, las economías deberían centrarse en el desarrollo (mejorar el bienestar) en lugar del crecimiento (aumentar el rendimiento económico). Es cierto que cada vez más inversores reconocen que maximizar el crecimiento a corto plazo no puede comprometer la salud del medio ambiente ni el bienestar de las poblaciones. Las medidas que integran objetivos sociales y ambientales explícitos en instrumentos financieros, como los bonos verdes, los bonos de sostenibilidad y la inversión de impacto, están ganando popularidad.
Además, si la pandemia nos ha enseñado algo, es que, si hay voluntad, los países pueden cambiar drásticamente su forma de pensar y actuar. Si podemos tomar medidas radicales para frenar el coronavirus, quizás sea el momento de aplicar la misma lógica a la hora de abordar la pobreza y la desigualdad, la mejora de la salud y la educación o la lucha para conservar la biodiversidad y el clima.
[Esta noticia fue publicada originalmente en El Ágora. Lee el original aquí]






