La Economía Circular también recupera creatividad
¿Te imaginas planear un viaje a una ciudad totalmente desconocida sin poder utilizar Internet? Por complicado que parezca, hace no tantos años era una práctica totalmente cotidiana. Sin Smartphones, sin Google Maps y sin Booking, millones de personas se las apañaban para organizar escapadas de una forma que hoy nos resulta obsoleta. Incluso el mismo Schumpeter se sorprendería de la velocidad a la que numerosos bienes, prácticas e ideas se quedan en desuso debido a las innovaciones tecnológicas de los últimos tiempos. Aunque en la primera mitad del siglo XX este economista austriaco ya hablaba de una economía dinámica, sujeta a cambios constantes del entorno, a los que la economía reaccionaba de diferentes formas, nunca hubiera podido predecir las transformaciones que estaban por venir.
Centrando sus trabajos en los ciclos económicos y la importancia de la innovación, estudió el comportamiento de la economía y los negocios frente a un perjuicio relevante en el entorno. Sus conclusiones se resumen en dos ideas principales: si la respuesta a los cambios suponía la renovación de alguna práctica ya existente, se estaría adoptando una respuesta adaptativa. Pero si la reacción resultaba ser una actividad totalmente nueva e imprevista, nacida de la imaginación, sería una respuesta creativa.
De esta forma, las respuestas adaptativas mejoran las prácticas que ya existen y las respuestas creativas las sustituyen, haciendo que las antiguas, desaparezcan. Siendo estas últimas las responsables de los avances sociales y económicos más importantes. Precisamente este fenómeno que popularizó Schumpeter se conoce bajo el concepto de “destrucción creativa”. En definitiva, el economista consideraba que el progreso, el crecimiento económico y el cambio tecnológico venían acompañados de la sustitución de las prácticas e ideas tradicionales por las innovadoras.
Entonces, si el progreso económico viene acompañado de destrucción creativa ¿qué pensaría Schumpeter sobre volver a hacer la compra con nuestras propias bolsas, como se hacía hace años? La respuesta creativa que supuso la introducción del plástico en el sistema de producción y consumo, permitió ―entre otras muchas cosas― abaratar costes a los grandes fabricantes, simplificar las cadenas de montaje, democratizar el uso de numerosos bienes y, en definitiva, facilitar nuestras vidas.
El material del futuro había llegado para quedarse, sustituyendo a las bolsas de rafia que se tejían en todas las casas, los cucuruchos de papel que envolvían los productos frescos y dejando a un lado la idea de reutilizar las bolsas que ya teníamos para pasar a utilizar las bolsas de plástico corrientes. Los recipientes de cerámica y vidrio dejaron de ser demandados en pro de los que eran más ligeros, baratos y difíciles de romper. Las botellas de agua, de leche y los envases de la mayoría de productos pasaron a estar hechos de plásticos y más plásticos. Dejó de ser común comprar alimentos a granel y se popularizaron ―casi de forma fanática, tanto en restaurantes, cafeterías, importantes eventos, como en los grandes almacenes ― los utensilios de “usar y tirar”.
Los plásticos son solo un ejemplo de que el modelo productivo que irrumpía con fuerza estaba centrado en la eficiencia económica y en la rapidez. Aunque prácticamente todas las industrias se subieron a este tren, la química, la textil, la automovilística y la tecnológica, fueron las principales promotoras de orientar el sistema hacia el "fast consumption". Los productos resultantes de este modelo estaban hechos de materiales más baratos, ligeros y fáciles de manejar. Por supuesto, esta estructura cada vez más compleja, al servicio de la globalización y la descentralización, desarrolló y optimizó las economías de escala haciendo que los costes de producción se ajustaran al mínimo.
Fieles a esta lógica, los consumidores tomaban las decisiones de compra atendiendo a las variables de calidad y precio, haciendo un uso cada vez más breve de los productos y normalizando la práctica de sustituir un bien estropeado por uno nuevo, ya que era más barato que arreglarlo. Una vez más, la realidad está superando a la ficción y el sistema de producción y consumo lineal ―basado en extraer, producir, distribuir, consumir y desechar― no es capaz de hacer frente a sus deficiencias.
Las consecuencias irreversibles del funcionamiento de este modelo se encuentran en todas las fases del proceso productivo. En la primera etapa, se ubican las que tienen que ver con el agotamiento de los recursos, desde la perspectiva de la sobreexplotación agrícola, la escasez de agua potable o la insuficiencia de combustibles fósiles. Mientras que en las etapas finales se descubren las que, precisamente, desperdician estos recursos. Siendo uno de los peores resultados del sistema lineal la generación de toneladas de residuos sólidos que el medio no puede asimilar y cuya acumulación no hace más que aumentar.
Por suerte, cada vez son más los ciudadanos alarmados y conscientes de estas deficiencias que, abandonando la mentalidad lineal, están poniendo en práctica actividades que optimizan el uso de los materiales y alargan la vida de los productos, sabiendo que la gran mayoría de los bienes que se desechan, todavía tienen mucha vida por delante. Lo sorprendente es que muchas de estas técnicas que se están poniendo “de moda”, eran prácticas totalmente comunes hace décadas, pero durante los últimos años habían desaparecido por completo. El uso de ropa de segunda mano, las tiendas que venden productos a granel o la fabricación de productos de higiene, como el jabón, a partir de aceite usado, son solo algunos de los ejemplos que cada día que pasa parecen más habituales.
Antiguamente, estas prácticas se llevaban a cabo atendiendo a la necesidad económica, pero ahora el contexto ha cambiado y la urgencia del desarrollo de actividades que aprovechen los recursos responde a una necesidad ambiental. De hecho, los productos fabricados en serie están perdiendo valor para los consumidores que, adoptando gradualmente una mentalidad circular, cada vez son más conscientes de la emergencia ambiental. Por eso mismo, muchas empresas están respondiendo con técnicas como las que ha puesto en marcha la compañía Auchan: los clientes pueden llevar sus propios envases para transportar los productos que compren en los mostradores del supermercado, reduciendo así los residuos sólidos que suponen los embalajes comunes. Esta medida ha sido aplaudida por cantidad de entidades que velan por un modelo productivo y económico más sostenible, así como por miles de consumidores que ya demandan esa misma posibilidad en otros comercios. Este procedimiento es similar al que se usaba en las lecherías antiguamente, donde cada individuo acudía con su propia botella a comprar la leche. Todos estos casos revelan que hay una tendencia en los modelos de negocio a repensar procesos y recuperar técnicas, que responden a la demanda de individuos que se sienten un agente parte del modelo económico, cuyos hábitos de consumo tienen un impacto en el medio.
La vuelta a poner en práctica actividades tradicionales, a través de su adaptación y normalización, combinándolas con los nuevos conocimientos, supone un paso más allá de la destrucción creativa. De hecho, estas medidas suponen recuperar reacciones destruidas y sustituidas por lo que en un momento del pasado se consideró bueno porque era innovador. La puesta en marcha de estas prácticas está dando paso a lo que me he permitido llamar, inspirándome en Schumpeter, el “retorno creativo”.
Hoy sabemos que el perjuicio relevante en el entorno de la economía actual necesita de repuestas inmediatas, de medidas que aprovechen los materiales, alarguen la vida de los productos y permitan un sistema económico sostenible. Esto supone repensar cada elemento estructural del sistema lineal y desarrollar nuevas ideas que garanticen el bienestar de las futuras generaciones. El retorno creativo, contenido en los todos los ejemplos anteriores, pone de manifiesto que destruir ininterrumpidamente y considerar obsoleto lo antiguo no siempre significa crecimiento económico y prosperidad. La Economía Circular es el modelo de producción y consumo más sostenible ―ambiental y económicamente―, que por el momento se ha planteado y se sirve de elementos innovadores que surgen de combinar los nuevos conocimientos y aplicaciones con técnicas que ya existían.
Por supuesto, quedarán respuestas creativas aún sin descubrir. No obstante, considerando que la innovación solo cumple su papel si supone una mejora para el desarrollo económico y social, valerse del retorno creativo de ideas en desuso, demuestra que la destrucción creativa no es el final de las prácticas tradicionales. De manera que, seguramente no volvamos a usar una guía telefónica en papel para planear un viaje, pero puede que no estemos tan lejos de volver a la lechería con nuestras propias botellas.