La industria del plástico busca reinventarse para dejar de asfixiar al planeta

Al año se filtran en el océano ocho millones de toneladas de plástico, el equivalente a verter un camión de basura cada minuto. Si no hacemos nada, este ritmo aumentará a dos por minuto en 2030 y a cuatro durante 2050. Los mares ya acumulan unos 150 millones de toneladas de este desecho y en 2025 albergarán una tonelada por cada tres de pescado. Habitamos un planeta adherido a este material; caminamos por la Tierra del plástico. Desde los años cincuenta se han producido más de 8.000 millones de toneladas. El paleontólogo Jan Zalasiewicz calcula que es “suficiente para envolver la Tierra en un film transparente”. Otros expertos estiman que se podrían levantar cuatro Everest artificiales. Pocas industrias tienen la triste habilidad de proponer imágenes tan desoladoras.
Durante años, el sector y las Administraciones han convencido al ciudadano de que el problema de los envases de plástico se podría mejorar a través del reciclaje. Si llevaba, por ejemplo, bolsas reutilizables al supermercado estaba cumpliendo con su parte, si bebía de botellas retornables o si separaba en casa la basura entre los diferentes contenedores ayudaba al mundo, marcaba las diferencias. Pero solo reciclar no liberará al hombre del desastre. No liberará al mar de esos millones de toneladas de brillante basura. Según un trabajo de la consultora Zero Waste Europe, aplicando la tecnología de reciclaje más avanzada disponible, solo se podría tratar el 53% del mix actual de plástico. A día de hoy se recupera únicamente un 9%. La basura tampoco lo pone fácil. “Reciclar es un desafío porque muchos productos combinan plástico con metales, metales con plásticos o plástico revestido con papel, y son muy difíciles de separar”, apunta Edward Tenner, historiador en la Universidad de Princeton. “Y luego hay desconocimiento. “¿Quién sabe, por ejemplo, que las tapas de los yogures solo se pueden reciclar de una manera muy limitada?”. Más de 40 años después del lanzamiento del primer símbolo universal de reciclaje únicamente el 14% de los envases de plástico vuelve a la vida. Una tasa que viaja a años luz del papel (58%), el hierro (70%) o el acero (90%). ¿Entonces?
Cualquier solución pasa por el compromiso de quienes han contribuido a crear el problema. Multinacionales como Unilever, Starbucks, Nestlé o Coca Cola, que aún siguen produciendo botellas de plástico, cápsulas de café o tapas desechables, deben sentir su responsabilidad. Según la consultora Euromonitor Internacional, cada minuto se compran un millón de botellas de plástico en el mundo, unas 20.000 por segundo. No existe un sistema de reciclaje que soporte semejante tensión. “El 95% de todos los envases de plástico se utiliza solo una vez, lo que significa que se pierden entre 80.000 y 120.000 millones de dólares”, valora Charlie Thomas, director de estrategia de Medio Ambiente y Sostenibilidad de la gestora británica Jupiter AM. “Esto supone también una clara oportunidad [económica], pero solo si se adoptan las políticas correctas por parte de los países y las ciudades”.
Sin embargo, ese dinero está aún muy lejos de poder entrar en el circuito de la economía circular. Es solo econometría. “La mejor manera de resolver la contaminación producida por el plástico sería producir y usar menos”, reconoce Roland Geyer, profesor de Ecología coIndustrial de la Universidad de California en Santa Bárbara. “Porque una mejor gestión de los residuos y el reciclaje no lo conseguirá. Pero la pregunta es: ¿está la sociedad dispuesta a usar menos plástico para reducir la polución? ¿Valoramos los océanos limpios por encima del consumismo? Me encantaría pensar que sí”.
Trasladar el problema a otros meridianos no esconde que el movimiento de la industria química va a contrapelo de la lógica del mundo. Mientras Taiwán anuncia la prohibición de microperlas (habituales en los cosméticos) y China cierra sus fronteras a la importación de desechos (por la imposibilidad técnica de reciclarlos), los productores solo escuchan sus propios himnos. Más plástico para un planeta que se asfixia con él.
Sin embargo, pese a esta noche oscura que se vence sobre las tierras, los mares y la vida, todavía existe esperanza. La Fundación Ellen MacArthur cree que la mitad de los envases de plástico podrían ser reciclados si tuvieran un mejor diseño y el 20% puede salvarse a través de sistemas de reutilización más eficientes. Hay, eso sí, un 30% que urge reimaginarlo si no quiere terminar en el vertedero. Pero justo cuando la resignación se quedaba a vivir, la tecnología y la juventud han acudido al rescate. Infinidad de emprendedores están diseñando respuestas.
Por ejemplo, nuevos materiales, bioplásticos, celulosas, enzimas que comen PET e incluso gusanos que devoran esta sustancia. En el departamento de Ingeniería Biológica de la Universidad de Pensilvania han desarrollado un plástico comestible basado en polisacáridos que puede funcionar al igual que un recubrimiento de cartón. “Costará menos que el plástico y será completamente sostenible y compostable. Ya estamos trabajando en su comercialización”, anuncia Jeffrey Catchmark, profesor en el departamento. Todo sirve, sobre todo a quienes danzan con el tiempo.
Miranda Wang tiene 24 años y es la cofundadora de BioCellection, una start-up californiana que ha desarrollado un proceso químico que permite descomponer el plástico contaminado (antes era imposible de reciclar) en compuestos químicos útiles para la industria y los consumidores. “Ahora estamos escalando el proceso y diseñando unas máquinas que en 2020 podrán desplegarse en áreas polucionadas de todo el mundo”, prevé la emprendedora. En aguas abiertas, donde el mar no encuentra las orillas, el inventor holandés de 23 años, Boyan Slat, fundador de The Ocean Cleanup, diseña unas barreras flotantes marinas en forma de “V” capaces de atrapar miles de partículas de plástico. Tierra adentro, en Israel, la empresa Tipa ha creado un embalaje compostable que se descompone totalmente en 180 días. Este bioplástico “tiene las mismas características ópticas y mecánicas que un plástico convencional”, relata un portavoz de la compañía.
Todas las ideas son bienvenidas, porque todas hacen falta. España, jurídicamente, camina bajo el eco de la Unión Europea y poco ha hecho por sí misma. Sólo Andalucía ha propuesto una medida que respira la lógica de los tiempos: un impuesto para las bolsas de plástico de un solo uso, que ahora, desde el 1 de julio, rige también en el resto de España por una directiva comunitaria. Los establecimientos andaluces cobran desde 2011 cinco céntimos de euros por cada una de estas bolsas que den a sus clientes. El año pasado se recaudó a través de esta vía 270.670 euros, que representan 5,4 millones de unidades. Ni es mucho dinero ni son muchas bolsas. “Pero un impuesto medioambiental no trata de recaudar sino de cambiar el comportamiento de las personas y las empresas”, recuerda José María Mollinedo. O sea, concienciar. Sin embargo, este infinitivo es tan raro como el almizcle. Por eso, los Técnicos de Hacienda proponen tres tasas para evitar que el plástico sea la nueva piel del hombre. Su idea es gravar el coste de la recogida, transporte y tratamiento de los residuos, también a aquellas empresas que lo utilizan en su cadena productiva y, pensando en los “ciudadanos menos comprometidos”, consignar un impuesto sobre el consumo de plástico.
Algo hay que cambiar porque la tecnología actual no es suficiente. La planta de España que más cantidad de materiales reciclables recupera a partir de la basura de los hogares sin diferenciar (lo que se llama fracción orgánico-resto) es la de Alhendin (Granada). Su índice es del 13% sobre las sustancias reciclables procedentes del contenedor gris, que representan un tercio de la bolsa de basura doméstica. Estos datos, de David Canales, profesor del Instituto Superior del Medio Ambiente (ISM), revelan que hacen falta nuevas estrategias. Porque este es el paisaje y la batalla. Reciclar no basta, la tecnología aún no llega, los ciudadanos siguen sin concienciarse y la industria aumenta la producción de esta sustancia cebada por un gas natural barato. Mientras, la Tierra, acorralada, vive al filo de convertirse en un planeta de plástico. Y en el horizonte se cierne una tormenta perfecta.