La polémica taxonomía verde pone en riesgo la credibilidad del modelo de inversiones sostenibles de la UE
Almacenamiento subterráneo de CO₂, biocombustibles o fabricación de cemento. Estas son algunas de las decenas de actividades aprobadas ya por la Unión Europea como sostenibles cuando cumplen una serie de requisitos, junto a otras como la energía eólica, la fotovoltaica o la gestión forestal. Sin embargo, ninguna ha generado tanto debate como la reciente propuesta de la Comisión Europea para añadir a esta lista de inversiones verdes, bajo determinadas condiciones, la energía nuclear o el gas. La tormenta desatada deja claro que ahora mismo no hay consenso en Europa sobre el impacto de estas dos fuentes de energía, pero también pone a prueba la credibilidad de este nuevo sistema europeo para impulsar las inversiones sostenibles. El propio responsable de la Plataforma de Finanzas Sostenibles (el grupo de expertos creado para asesorar sobre la taxonomía a la Comisión), Nathan Fabian, que debe pronunciarse sobre la inclusión de la nuclear y el gas, ha afirmado al diario Financial Times que ve riesgos en la propuesta.
La llamada taxonomía verde o clasificación de las actividades consideradas sostenibles es una herramienta de la UE para orientar las inversiones del sector privado hacia una economía acorde con los objetivos de lucha contra el cambio climático y otros cuatro retos ambientales (agua, economía circular, prevención de la contaminación y biodiversidad). Como asegura Garbiñe Manterola, experta también de la Plataforma de Finanzas Sostenibles, en representación del consorcio tecnológico vasco BRTA (Basque Research and Technology Alliance), “si se utiliza bien, este es un sistema muy potente para conseguir una Europa más sostenible”.
En diciembre, la Unión Europea ya aprobó una primera lista de actividades sostenibles, que se espera vaya evolucionando hacia parámetros cada vez más estrictos. Sin embargo, la caja de los truenos se ha abierto ahora con la propuesta de la Comisión para añadir la energía nuclear y el gas. Con condiciones: en el caso de una nueva central nuclear, por ejemplo, se exige entre otras medidas que el país miembro cuente con un plan para disponer en 2050 de un almacén definitivo para los residuos de alta actividad y que el proyecto utilice la mejor tecnología disponible, con combustible tolerante a accidentes (que debe proporcionar una protección adicional frente a daños de los sistemas o componentes del reactor nuclear). Para las plantas de gas, se pide que hasta 2031, las emisiones directas sean como máximo de 270 gramos de CO₂ por kilovatio hora (la media en España está en 370 gramos) o que en el conjunto de la vida completa de la instalación las emisiones sean inferiores a 100 gramos de CO₂ por kilovatio hora, lo que significa que según vayan pasando los años deben incorporarse mejoras o cambiar a combustibles menos contaminantes.
Son varios los expertos en la taxonomía verde europea que reconocen que está en juego la credibilidad del nuevo modelo, pero también consideran que esta es una oportunidad de decidir qué hacer de una vez por todas con dos de los asuntos más espinosos de la transición ecológica (otro es el de la agricultura). Alicia Cantero, de la organización ecologista Greenpeace, afirma que apoyan la taxonomía europea “porque es un buen instrumento para dar una señal a los inversores”, pero también advierte de que su postura “puede cambiar si se incluye la nuclear o el gas”. Como incide, “sabemos que este es un periodo de transición y entendemos que hay grises, pero en ese camino no deben entrar ninguna de estas dos tecnologías”.
En el mundo financiero, todas las fuentes coinciden en que la inversión en renovables no está en riesgo sea cual sea el resultado del debate europeo. Pero en el ambiente también flota el temor de que, si finalmente Ursula von der Leyen (que ha asumido en primera persona la batuta de la taxonomía) saca adelante su propuesta, los requisitos de sostenibilidad de muchos bancos y fondos de inversión y pensiones a la hora de invertir o prestar acaben siendo incluso más estrictos que la normativa comunitaria. Que la cacareada etiqueta verde, en fin, pierda gran parte de su valor a ojos de inversores, accionistas o partícipes de fondos. “Se está dejando abierta la posibilidad de que inversores privados llamen verde a cosas que no lo son”, sintetiza por teléfono Peter Sweatman, consejero delegado de la consultora Climate Stretegy & Partners. “Algunos inversores están preparados para ir incluso por delante de la regulación”, agrega Antoine Fabre, de la gestora francesa de fondos La Financière de l’Echiquier.
En lo político, una de las claves para saber qué pasará finalmente será la posición del Gobierno alemán, o su grado de rechazo. La propuesta de la Comisión recoge su posición sobre el gas, pero la inclusión en la lista de actividades sostenibles de la energía nuclear choca con la posición histórica de Berlín y, sobre todo, de Los Verdes, una de las tres fuerzas de la coalición semáforo y un partido que tiene en el rechazo de esta fuente energética uno de sus principios fundacionales.
Con todo, el nuevo Gobierno de Olaf Scholz tiene difícil frenar la propuesta, incluso contando con el rechazo absoluto de Austria y Luxemburgo (que han advertido de su intención de recurrir a los tribunales) y el matizado de España. La propuesta de la Comisión se tramita por la vía de lo que en Bruselas se llama acto delegado. Eso implica que para tumbarla en el Consejo de la UE se debe contar con el rechazo de, al menos, 20 estados miembros que sumen el 65% de la población. Y lograr esos números no va a ser fácil. Francia (principal país interesado en que salga adelante la propuesta para vender su tecnología nuclear) no votará en contra de esta definición de la energía atómica. Y en noviembre, semanas antes de que la Comisión circulara su borrador, ya contaba con el respaldo de otros nueve países, a los que hay que añadir la postura holandesa: sí parcial a la taxonomía por la nuclear, no por el gas. Habrá que ver si la Comisión decide seguir adelante con su iniciativa en caso de que Alemania, el país más poderoso de la UE, la rechace.
[Este contenido procede de El País. Lee el original aquí]