Un Reino en el que la basura no existe
No es fácil pensar en un lugar donde los alimentos contaminados, la pila alcalina que ya no mueve ni un juguete, el envase que alguna vez cargó algunos mililitros de cerveza, aquellas hortalizas en descomposición, el pedazo de tela que ya no sirve, el electrodoméstico tan pasado de moda, la cáscara de un huevo, la caja de cartón, no sean restos mirados con desprecio. En casi todo el mundo, todo esto constituye un estorbo, son los simples y despreciables desperdicios.
Sucede incluso en el corazón de, la segunda ciudad más poblada e importante del reino de los Países Bajos. Allí vi muchos de aquellos ‘estorbos’ a bordo de un tranvía. Un grupo de mujeres llevaban en su regazo algunas bolsas plásticas, oscuras para ocultar su contenido, grandes como para guardar muchos objetos y delgadas como síntoma de una vida útil muy corta, que no va más allá de tres horas de uso. Pero en este pequeño país europeo, en esta titánica nación que le ha ganado parte de su territorio al mar, todos esos desechos, incluyendo aquellas efímeras talegas flexibles hechas en el puerto de Róterdam, son una oportunidad. Cumplirán su objetivo de resguardar accesorios, se llevarán a casa, pero en lugar de tirarse sin destino fijo, se reciclarán por regla y sin alternativa diferente, para luego fabricar unas nuevas.
Se dice fácil, pero esto hace parte de un complejo sistema de recolección y manejo apropiado de los residuos, que ha ubicado al territorio de los molinos de viento, los tulipanes y el queso excelso, como ejemplo mundial. De los 60 millones de toneladas de basura que se producen al año en este país (entre residuos domiciliarios e industriales), el 80 por ciento se recicla, el 18 por ciento se incinera (la ceniza resultante de esa combustión se usa como materia prima para hacer objetos de cartón) y sólo el 2 por ciento va a parar a rellenos sanitarios. En pocas palabras, un Reino en el que la basura no existe. O donde sí existe, pero en el que se mira como una oportunidad.
Estos números se han alcanzado luego de muchos años de esfuerzo, pero también son el resultado de tomar una decisión sin reversa para mejorar. Lo que el colombiano Luis Lizarazo, residente en la ciudad de Arnhem y representante de la firma Trisoplast, llama convicción, es decir, la diferencia entre tolerar el desastre o tomar una determinación para abolirlo.
Hace 40 años, el pueblo de los Países Bajos se avergonzaba. Los ríos estaban contaminados, los residuos de hogares y empresas se tiraban en cualquier sitio y la solución que se exponía para solucionar todo esto era la construcción de rellenos sanitarios que contaminaban el aire con emisiones de gases invernadero y que ocupaban espacios valiosos, esto en un país que no se puede dar el lujo de desperdiciar la poca tierra que tiene disponible para convertirla en basureros. Rellenos que, además, por la potencial filtración de lixiviados, ponían en riesgo la pureza de las aguas subterráneas, acuíferos que hoy abastecen acueductos.
Entonces, el país prefirió cambiar. Hoy Lizarazo, que antes de radicarse en Europa vio en Colombia como de los 11 millones de toneladas de desperdicios domiciliarios anuales (31.000 toneladas diarias) que se producen en todo el país, se reutiliza menos del 10 por ciento, y como el 85 por ciento van a parar a botaderos y rellenos mezcladas y sin tratamiento, está integrado, a la par de cualquier ciudadano holandés, dentro de un modelo eficiente, que debería extenderse idealmente por toda América Latina.
Tres contenedores domésticos
“Tenemos en la casa tres contenedores: uno para los residuos vegetales, otro para el cartón y el papel y otro para el resto de residuos, que no incluye productos químicos o peligrosos. Los plásticos se entregan en bolsas plásticas. Y en tiendas o centros comerciales hay instalaciones durante todo el año y sin pausa para desechar pilas, bombillos, aceite de cocina, vidrio o ropa”, explica. Pero él llama la atención de otro tema trascendental: la existencia de parques ambientales, donde se recogen elementos más específicos y delicados como escombros o electrodomésticos, aunque también elementos tradicionales como envases o papel. En Holanda hay parques de este tipo muy cerca de las zonas urbanas. Y su extensión depende a su vez del tamaño de la ciudad. Todo se combina con mano dura, porque la persona que no entrega la basura por separado es multada.
“Pagamos cerca de 800 euros por año (unos 2 millones 800 mil pesos y cerca de mil 200 dólares), que incluyen además el mantenimiento de las redes de acueducto y el servicio de alcantarillado”, agrega Lizarazo. El secreto para darle sustento a este proceso exitoso fue aplicar, como política pública, un concepto básico que aunque parece obvio, no lo es tanto en la práctica: reducir desperdicios (bajar el consumo), reciclar y reutilizar. Una idea que, en Ámsterdam, Róterdam,
Utrecht y otras ciudades, funciona con naturalidad
Herman Huisman, experto en residuos del Ministerio de Medioambiente de Países Bajos, cuenta que además, se introdujeron impuestos sobre los bienes sanitarios. Inicialmente se cobraban entre 10 euros (25.000 pesos) y 110 euros (275.000 pesos) por tonelada, para quienes arrojaban sus residuos en rellenos sanitarios. Y fue clave la introducción de la responsabilidad extendida al productor, por ley, para que las empresas que producen pilas, papel, residuos electrónicos, baterías, en fin, desechos tóxicos y de difícil tratamiento, se vieran obligadas a diseñar estrategias para recoger esos productos cuando hubieran terminado su vida útil. Todo comenzó con procesos voluntarios, que hoy son obligatorios. Los residuos orgánicos se están convirtiendo en compost o en energía. Los residuos de construcción y de demolición tienen una segunda oportunidad como materiales de construcción para hacer carreteras. El granulado de las llantas se usa en azulejos y el asfalto como combustible en los hornos de fábricas de cemento. El papel, el cartón, los plásticos y el vidrio son reciclados para nuevos productos.
Cultura del reciclaje
En Holanda se recicla entre el 85 y el 95 por ciento de los residuos industriales, inclusive los de construcción y de demolición, lo que lleva a que muchas empresas reutilicen lo que otras desechan. Esto no funcionaría si no se tuviera una infraestructura de recolección de residuos accesible. Donde las alcaldías están siempre dispuestas a disponer grandes volúmenes. Pero donde además las compañías se involucren en apoyar al ciudadano e incluso a motivarlo.
Así lo hace por ejemplo la firma Rova, que atiende a 21 municipios y que aplica un principio hacia sus clientes que se sustenta en dos ideas: menos basura y más reciclaje, significa menos costos y un mejor servicio. De esta forma, y como las tarifas en Holanda son variables y se ajustan según la región, los hogares que mejor hagan la tarea de procesar sus basuras en la fuente, tendrán que pagar menos. Otras empresas han decidido que la recolección del material no aprovechable varíe, y pueda hacerse lenta o gradual, por ejemplo una vez cada cuatro semanas, para desincentivar la producción de este tipo de residuo. Para el caso Rova, esta compañía han inventado una idea de servicio llamada ‘recolección inversa’, en la que sólo recoge material reciclable, dentro del cual aparecen los desperdicios orgánicos. Para aquellos residuos no reciclables (una caja de cartón manchada de salsa, por ejemplo) se obliga a los pobladores a llevarlos a contenedores que están lejos de las casas o al final de la calle; sólo este detalle que implica un pequeño gasto de energía y tiempo, hace que el ciudadano piense en reducir la producción de basura imposible de reutilizar.
Enrolarse en este modelo holandés requiere, como dice Lizarazo, conciencia entre la sociedad de que todos debemos cuidar el ambiente. Pero como él dice, no sólo la voluntad ciudadana hace la diferencia para alcanzar grandes gestas: “también es necesario que el estado o el gobierno se decidan y den las facilidades para hacerlo”.
Vía: EFEverde; Javier Silva es Periodista Ambiental
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