Andalucía: Los residuos plásticos agrícolas ahogan la costa de Almería
La mancha blanca que ven los astronautas desde el espacio cuando miran al sureste español contamina desde hace décadas el medio natural terrestre y marítimo. Los invernaderos con hortalizas que en Almería cubren una colosal superficie de 32.000 hectáreas diseminan sus residuos plásticos por la costa, las ramblas y las montañas, pero ahora la evidencia científica ha demostrado el grave impacto sobre el medio marino, cloaca final de todas las basuras que arrastra la lluvia ladera abajo.
El milagro económico de Almería, que durante los últimos 45 años ha transformado esa provincia gracias a la agricultura intensiva, tiene un alto coste medioambiental con vertederos espontáneos de residuos plásticos en cualquier rincón y visibles desde cualquier carretera. Esta contaminación tan perjudicial, que deriva en la ingesta de nanoplásticos a través de las verduras y frutas, también afecta a otras provincias plagadas de invernaderos como Murcia y Huelva, y en menor medida a otras al norte de la Península cuya ganadería genera residuos plásticos como el ensilado.
Hasta 2018 China compraba la inmensa mayoría de estos residuos generados en España para reciclar, pero ese año el gigante asiático decidió cerrar el grifo de la importación, luego llegó Paquistán, que también cerró, más tarde India, y finalmente Turquía, que este año anunció el sellado de sus fronteras para evitar los incesantes vertidos de sus propios desechos al Mediterráneo. Estos tres años de bloqueo progresivo a la exportación han multiplicado la basura de los plásticos agrícolas en territorio nacional, cuyo reciclaje sigue siendo voluntario para los agricultores, a la espera de que el Gobierno decrete su obligación, que podría retrasar hasta apurar el plazo que un proyecto de ley en tramitación parlamentaria fija en 2025.
“Desde 2018 hemos visto una explosión del problema, que ahora está desbocado. El reciclaje hay que integrarlo en el sistema mediante la trazabilidad. Si un agricultor entrega un residuo y se le exige el documento de identificación, sabemos que ha entregado de manera autorizada, pero si no tenemos un control por parte de la Administración, no tenemos nada”, advierte Mariano Tapia, portavoz de la asociación de gestores de residuos agrícolas en Almería (Agra).
En Almería se generan 33.500 toneladas de plásticos agrícolas al año, según la Junta de Andalucía, que subraya que se recicla un 85%, por lo que 5.000 toneladas se quedan sin tratar. Esa basura inunda el litoral almeriense hasta llegar al borde del Parque Natural Cabo de Gata, donde se acumulan los vertidos ilegales. “Cuanto más lo conoces, más deprimente es, esto es ubicuo. En el campo de Níjar al menos, está por todos lados. Desperdigado o enterrado por una riada, en los lugares más recónditos. En 2019 la DANA [temporal de la gota fría] fue un tsunami con imágenes dantescas y creímos que sería el punto de inflexión, pero ahora la situación está peor, no hemos visto reacción”, denuncia Marcos Diéguez, portavoz de Ecologistas en Acción. Esta organización ha lanzado la aplicación #Stopvertederos para que los ciudadanos denuncien los vertidos incesantes, después de que un vídeo revelara el pasado otoño ingentes cantidades de plásticos en plena playa de Adra, a merced de las olas.
Hace décadas los plásticos se quemaban o enterraban, tal y como reconocen los agricultores más veteranos, luego se exportaban a China y desde 2018 el problema queda en casa. La nueva Ley de Residuos que remitió el Gobierno al Congreso el pasado mayo le obliga a redactar un Real Decreto que fije un sistema de reciclaje obligatorio financiado por la poderosa industria del plástico antes de 2025. Para adelantarse a la norma, los 15 productores que fabrican el 85% del plástico agrícola prevén poner en marcha a mediados de 2022 su sistema para recoger estos plásticos en la finca de los agricultores y ganaderos, denominado Mapla, y que pagarán en el precio por la recogida. Es decir, cualquier empresario podrá avisar al sistema y una furgoneta o camión acudirá a su finca, sin importar lo remota que sea su ubicación, según fuentes de la patronal Anaip.
Sin embargo, el procedimiento seguirá siendo voluntario y los empresarios que hoy vierten al medio natural ilegalmente no sentirán la obligación moral ni económica de darse de alta en la aplicación prevista. “El sistema arbitrará la operativa y quizás haya que pagar por los plásticos de suelo”, plantea Blanca de Arteche, responsable de plásticos agrícolas en Anaip. Hoy el agricultor recibe unos tres céntimos por kilo de plástico de cubierta de las empresas que lo reciclan, pero paga entre 12 y 15 céntimos por cada kilo de plástico de suelo (por ser de peor calidad y más complicado de tratar), cuando hasta 2018 recibía dinero por esto mismo de los empresarios chinos. Es decir, los agricultores que arrojan plásticos de suelo sin control ahorran dinero. También tiempo: la normativa para depositar cada clase de residuos es una maraña compleja de entender y les obliga a constantes desplazamientos a distintos centros de tratamiento. No todos están dispuestos.
En contra de los agricultores contaminadores están las organizaciones y sindicatos agrarios, conscientes del daño medioambiental pero también de la mala imagen que genera la basura plástica en la naturaleza. Las principales cadenas de supermercados europeos, destino final de sus pimientos y tomates, exigen certificados que verifiquen el correcto reciclado de los residuos y mientras ese pequeño porcentaje contamina, los reportajes en los medios de comunicación europeos se suceden con posibles consecuencias que en Almería temen: que se reduzcan las ventas.
A la espera del sistema nacional que obligue a los grandes fabricantes a asegurar el reciclaje de los residuos, el Gobierno andaluz se ha gastado 18 millones en dos años para limpiar el deteriorado paisaje almeriense, aunque no termina de conseguirlo: lo demuestra cualquier recorrido por la comarca de Níjar o echando un vistazo a la rambla que separa las barriadas de Los Nietos y Las Casillas, con su cauce recién saneado por la Administración, pero con su entorno repleto de residuos. La limpieza es, además, superficial, y grandes cantidades de plástico quedan enterradas hasta que llegue una nueva riada.
[Esta noticia fue publicada originalmente en El País. Lee el original aquí]