Un estudio concluye que el bioetanol producido a partir de residuos causa menores impactos sociales
La producción de bioetanol de segunda generación a partir de residuos municipales orgánicos o agrícolas sería la opción con menores impactos sociales a la hora de fabricar este combustible, según un estudio del Instituto de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología (eCyT) de la Universidad de Salamanca. Los resultados se han plasmado en la tesis de la investigadora brasileña Bárbara Esteves Ribeiro, una aportación pionera sobre la dimensión social del bioetanol.
El trabajo se ha realizado por el método Delphi, basado en la consulta a varios expertos a través de cuestionarios, en este caso, 24 especialistas en bioenergía de diversas disciplinas y de siete países: Canadá, Estados Unidos, Brasil, Reino Unido, Suecia, India y España. Sus conclusiones indican que el uso de desechos es la opción preferible en la producción de etanol, ya que no supone un cambio en los usos de la tierra. La segunda posibilidad por orden de preferencia sería la producción a partir de bosques de rotación corta o crecimiento rápido, como el eucalipto. Por último, emplear cultivos que también se utilizan en alimentación humana es la opción que causa mayores impactos sociales, según ha explicado la autora.
El estudio comenzó con una revisión de la literatura científica con el objetivo de analizar los actores involucrados en el ciclo de vida del etanol, es decir, las fases de producción, transporte y uso final del combustible. De esta matriz social, los investigadores dedujeron que se podían verificar la existencia de varios cambios en la sociedad relacionados con el etanol de segunda generación o etanol celulósico.
El bioetanol de primera generación utiliza cultivos agrícolas destinados a la alimentación humana, mientras que el de segunda generación emplea biomasa sin valor alimenticio y rica en componentes como la celulosa, por ejemplo, la madera.“El bioetanol de segunda generación supone algunas mejoras, sobre todo a la hora de superar el problema de la seguridad alimentaria, ya que no utiliza cultivos destinados a la alimentación humana, sino que se puede nutrir de residuos de agricultura o forestales”, señala Bárbara Esteves. Además, en teoría reduciría más las emisiones de CO2 y se adaptaría mejor a la tecnología de la flota automovilística actual.
Utilizar los residuos para este fin influye indirectamente en otros aspectos de la agricultura, que podría sufrir un empobrecimiento de los suelos si no cuenta con ellos como fertilizante. Asimismo, el proceso de producción del etanol de segunda generación necesita más agua y sale más caro: “Es más costoso porque emplea enzimas especiales para poder romper la pared vegetal y acceder a las moléculas de glucosa”. De cara al futuro, el uso de organismos vegetales transgénicos con una menor resistencia a las enzimas o la mejora de los procesos de pretratamiento podrían acabar con esta barrera económica que, de momento, impide una explotación a gran escala.
Los expertos han apuntado también que la mano de obra necesaria en el proceso del etanol celulósico es más especializada, con lo cual los beneficios para las comunidades agrícolas locales son escasos desde el punto de vista del empleo. Además, la producción de cultivos a gran escala es cara y podría excluir a los pequeños agricultores de este mercado. “El peor escenario estaría en los países pobres, los impactos sociales del etanol celulósico se perciben como más severos”, comenta Bárbara Esteves, que ya había estudiado con anterioridad los efectos del bioetanol de primera generación.