El 25% del agua destinada a agricultura riega alimentos que acabarán en la basura
Actualmente, para producir los alimentos que no se acaban consumiendo y van a parar a la basura se utiliza la cuarta parte del agua destinada a la agricultura en todo el planeta. Además, se gastan 300 millones de barriles de petróleo en la producción y el transporte de dichas mercancías hasta sus destinatarios finales, a menudo situados a miles de kilómetros de distancia.
Gran parte de ese petróleo se destina al transporte, porque muchos de los alimentos que se compran en el mercado “han recorrido antes de llegar a nuestra boca entre 2.500 y 4.000 kilómetros”, sostiene el ingeniero agrónomo y doctor en Genética, José Esquinas, en declaraciones a EFE.
Se compra “cordero de Nueva Zelanda, pipas de girasol de China, piñones a Italia o frutas de otros países europeos”, productos que, aparte del transporte y las emisiones que conlleva su traslado, tienen una serie de preservantes químicos “que causan daños de todo tipo”.
“Es algo de mucha irresponsabilidad”, asevera Esquinas, quien ha publicado “Rumbo al Ecocidio” (Editorial Espasa), en colaboración con la periodista Mónica G. Prieto. Además, en una lista de cifras desorbitantes del sistema agroalimentario actual, en el mundo se utilizan “1.400 millones de hectáreas para producir los alimentos que no va a consumir nadie, el equivalente a 27-28 veces el tamaño de España si todo el territorio español fuese fértil”. Una producción mundial de alimentos “un 60 por ciento por encima de lo que necesita para alimentar a la humanidad”, subraya.
Sin embargo, según datos de Naciones Unidas, se desperdicia un tercio de la producción mundial de alimentos, es decir 1.300 millones de toneladas métricas al año, asevera el investigador y máster en Horticultura por la Universidad de California que trabajó durante años en la FAO.
Frente a esta situación, el experto aboga por la producción local y estacional para promover la producción agroecológica y “la reinversión del campo en el campo” y dejando “los beneficios en casa”. La norma “no puede ser” lo que sucede con la producción actual, “basada en el crecimiento económico y el producto interno bruto (PIB)”, todo con un “enorme coste ecológico”, algo que “no se está tomando en cuenta”.
Recuerda que la compra de productos no es una acción “inocua” para el consumidor, cada persona tiene una “responsabilidad grande” para incentivar un sistema socioeconómico respetuoso con los derechos humanos y la Tierra. Asegura que es necesario transformar “pacíficamente el carro de la compra en un carro de combate”, por un mundo más sostenible, añade, “como recogía el libro ‘Bueno, limpio y justo’, de Carlo Petrini”, el fundador del movimiento Slow Food. Es decir, productos “limpios desde el punto de vista ecológico, que no hayan sido producidos destruyendo el medioambiente” y “justos desde el punto de vista social”, en cuyo proceso “se haya pagado salarios justos, se haya tenido respeto por las personas y no tengan esclavos o niños”, concluye.
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