Estilo de vida "fast" e incremento exponencial de residuos
A veces, conviene repensar los gestos más cotidianos. Haciéndolo, podremos encontrar el porqué de determinados comportamientos que no son, precisamente, ambientalmente responsables. Comer, vestirnos, adquirir según qué cosas…, son actos cotidianos que realizamos en medio de nuestro día a día, en un estilo de vida capitalizado por:
- La velocidad y la premura.
- La fragmentación de las distintas actividades que llevamos a cabo.
- Una identidad digital, a la que muchas personas dedican mucho tiempo y que viene definida, a su vez, por los dos aspectos anteriores.
El mercado ha potenciado la rapidez apelando a la comodidad. La prisa interesa por el estilo de vida que llevamos y que demanda respuestas veloces. Además, esta tendencia se está agudizando con la pandemia y algunos nuevos hábitos que han derivado de ella. ¿Pero qué supone todo esto en cuanto a la producción de residuos? ¿Lo tenemos en cuenta y somos conscientes de su importancia?
El negocio "fast food" es uno de los más conocidos y consumidos a nivel global. En 2017, un estudio de Zero Waste Francia estimó que la cadena MacDonald’s utilizaba 2,8 toneladas de envases desechables cada minuto para servir a sus clientes en todo el mundo. Esto se convierte en más de 1,5 millones de toneladas de residuos de envases por año, lo cual equivale exactamente con la totalidad de envases domésticos que España envió a las plantas recicladoras el año pasado. Además, según un artículo de la web Take Away Packaging publicado este mismo año, sólo en Gran Bretaña se estima que se generan unos 11 mil millones de toneladas de residuos provenientes del fast food al año.
En la misma línea, los consumidores, aunque motivados por el atractivo de estas cadenas de comida rápida, podrían reclamar medidas urgentes y efectivas que, al menos, minorasen los efectos de esta generación de residuos. Por ejemplo, su segregación selectiva en origen para facilitar una valorización posterior.
Otro modelo de gestión de residuos del fast food es posible. Así lo ejemplifica Taiwán. Según un artículo de Treehugger, desde 2004 ha exigido a sus 600 restaurantes de comida rápida, incluidos McDonald’s, Burger King y KFC, que mantengan instalaciones para la eliminación adecuada de los materiales reciclables por parte de los clientes. Así, los comensales están obligados a depositar su basura en cuatro contenedores separados para restos de comida, papel reciclable, desechos regulares y líquidos.
Algo parecido sucede con la ropa. La producción textil es la tercera industria manufacturera más importante, después de la automoción y la tecnología. Este sector contribuye más al cambio climático que la aviación y el transporte marítimo internacionales juntos. Se ha calculado que más del 50% de la ropa fast-fashion se tira al año de su compra, lo cual estaría motivado por la rapidez de modas y tendencias. Además, de aquí a 2030, se prevé que el consumo mundial de prendas de vestir aumente un 63%, alcanzando los 102 millones de toneladas, equivalentes a más de 500.000 millones de camisetas adicionales. Con estas cifras, es difícil vislumbrar que la gran industria del fast fashion pase realmente de un modelo lineal a otro circular, si bien empieza a mostrar signos de sostenibilidad entre sus consumidores.
Ante este escenario, no es de extrañar que la nueva Directiva de Residuos y su inminente trasposición a la legislación española prevean para antes del 31 de diciembre de 2024 la obligatoriedad de su recogida separada, entendido como uno de los flujos de residuos prioritarios a atender y configurando un sistema propio de responsabilidad ampliada del productor. Sin duda, estas medidas influirán positivamente en racionalizar la puesta en el mercado de prendas de corto ciclo de vida y su conversión a residuo. Una vez más, el poder de decisión es del consumidor, que puede optar por la compra de productos más duraderos y sostenibles o bien optar a otras formas de consumo de moda.
Por último, la venta online es el otro gran productor de residuos, especialmente tras su explosión con la pandemia de COVID-19. Uno de los aspectos importantes a recordar respecto a la gestión de los residuos es que este canal de compra “traslada al consumidor final la necesidad de desprenderse, en muchos casos, de ingentes cantidades de envoltorios, cajas, rellenos…, donde lo mejor que puede hacer es destinarlos a la reutilización o al sistema de recogida selectiva municipal.” Poniéndonos en situación, la propia pandemia que sufrimos, según un estudio de EAE Business School, ha hecho incrementar un 15% los residuos domiciliarios de empaquetado.
En este mercado, el exponente más claro lo encarna Amazon, cuya meta es alcanzar las 0 emisiones netas de carbono, tal y como explica en su política de sostenibilidad, donde si bien hay una gran declaración de intenciones, lo que queda claro es que la mayoría de sus criterios y medidas se externalizan o se dejan a la voluntad del cliente. Así pues, no parece que haya demasiado compromiso intrínseco con el potencial impacto de los residuos producidos en toda la cadena de distribución, devoluciones y materiales no vendidos incluidos, algunos de los cuales son destruidos.
Conclusiones
Entre las distintas problemáticas ambientales a las que nos enfrentamos, probablemente la de los residuos sea de las más difíciles de abordar porque, en el “primer mundo”, es el resultado final de la economía lineal que impera. A partir de ahí, la gestión de nuestros desechos es más o menos invisible a nuestros ojos, entre otras cosas, por la falta de concienciación hacia el problema, que a menudo dejamos recaer en los niños y en los jóvenes, cuando son los adultos quienes los generan. Por ello, difícilmente generaremos el nivel necesario de concienciación si no contamos con adultos, empresas y administraciones de una manera clara.
Por otra parte, hay una delegación de la responsabilidad en las empresas “fast” hacia los consumidores que hace que la compañía que más se beneficia se pueda desentender fácilmente, a menos que tome las riendas de una verdadera política de sostenibilidad que incentive u obligue a desarrollar un verdadero compromiso ambiental. Y este compromiso debe ser claro, comunicado y fácilmente contrastable, no basado en manifestaciones planas y eslóganes simplistas.
Aun cuando en estos modelos de negocio la clave es no detener la venta, debe considerarse articular cambios estructurales y entender que los recursos son finitos y que la generación de residuos, en conjunto, es abominable e inasumible. Los datos sobre la escasez de materiales son cada vez más frecuentes y alarmantes. Pero parece que no se quiera ver lo que hay. Seguir haciendo como si el problema no existiera.
Ojalá también ayude la rigurosa normativa que en estos momentos se está desplegando, especialmente la referida a la responsabilidad ampliada del productor, y se haga accesible, facilitando las herramientas y mecanismos para que todos los implicados puedan atenderla, incluidos los consumidores.
[Este contenido procede de LIR]