La gran ausente en la COP16: la contaminación como amenaza para la biodiversidad
Más de 23.000 líderes, activistas ambientales e investigadores se reunirán esta y la próxima semana en Cali, Colombia, para la COP16 de las Naciones Unidas sobre biodiversidad, un evento trascendental para el futuro de los animales, plantas, hongos y microorganismos del mundo.
En la reunión, 196 países transformarán las metas del Marco Kunming-Montreal de 2022, firmado durante la última cumbre de biodiversidad, en acciones concretas para detener a los principales motores de la pérdida de especies.
No obstante, investigadores y activistas han denunciando la ausencia de conversaciones programadas alrededor de uno de los principales motores de la vulnerabilidad de las especies, reconocida por las mismas Naciones Unidas: la contaminación química.
Si bien el Marco Kunming-Montreal busca reducir los riesgos e impactos de la contaminación a la mitad para 2030, la agenda oficial de la COP16 no incluye un solo debate sobre la contaminación química, y solo hay un evento paralelo acerca de las conexiones entre la contaminación y la biodiversidad.
La contaminación marina por plásticos, que se ha multiplicado por diez desde 1980, ya ha afectado a al menos 267 especies, “incluyendo al 86% de las tortugas marinas, el 44% de las aves marinas y el 43% de los mamíferos marinos”, reportó la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) en 2020. Otras fuentes de contaminación, como los residuos urbanos y rurales sin tratar, los contaminantes procedentes de actividades industriales, mineras y agrícolas, los vertidos de petróleo y los vertidos tóxicos, también han tenido “fuertes efectos negativos” en el suelo, el agua y el aire, escribieron los investigadores.
La falta de programación sobre contaminación química podría explicarse por la dificultad de conectar a contaminantes específicos a la pérdida de biodiversidad, información insuficiente sobre los químicos y el lobby de la industria, varios investigadores le dijeron a EHN. La inexistencia de un panel científico internacional que evalúe la evidencia disponible, tal como lo hace el IPCC sobre el cambio climático o el IPBES sobre la biodiversidad, ha creado un panorama de investigación atomizado sobre la contaminación química.
Todo esto ha dificultado que los responsables políticos comprendan la magnitud del problema y elaboren políticas dirigidas a abordarlo, explicó a EHN Gabriel Sigmund, profesor adjunto de la Universidad de Wageningen en Países Bajos.
Contaminación y biodiversidad: un campo atomizado
Se estima que alrededor del 25% de todos los animales y la especies de plantas están amenazadas, con un millón de especies en vía de extinción, encontró el reporte del IPBES de 2020. Los mayores motores de esta pérdida son la destrucción de hábitats y el cambio climático, pero la contaminación también fue identificada como uno de los cinco principales culpables por el reporte.
La contaminación química pone un estrés permanente en los ecosistemas, dijo Sigmund. Adaptarse a la exposición química podría dejar a los organismos incapaces de acomodarse a otros cambios ambientales, como temperaturas más altas o un pH del agua diferente, ambas consecuencias del cambio climático. Asimismo, esos cambios ambientales causados por la crisis climática pueden alterar los niveles de toxicidad de las sustancias químicas.
“Las sustancias químicas están realmente en el centro de esta triple crisis planetaria de contaminación, biodiversidad y cambio climático”, dijo a EHN Therese Karlsson, asesora científica y técnica de la organización sin ánimo de lucro Red Internacional para la Eliminación de Contaminantes (IPEN).
“Aunque sabemos que la influencia está ahí, señalar qué contaminantes concretos están relacionados con descensos específicos de la biodiversidad ha sido difícil”, dijo a EHN Ksenia Groh, investigadora del Instituto Federal Suizo de Ciencia y Tecnología Acuáticas. “Se están produciendo muchos efectos que aún no comprendemos del todo”.
Desde la agricultura hasta los cosméticos, se estima que las industrias producen y usan más de 350.000 químicos artificiales, con 13,000 de ellos usados en la industria plástica, de acuerdo con las Naciones Unidas. Pero hay poca o nula evidencia de sus impactos potenciales en el ambiente, dijo Sigmund. De hecho, “menos del 1% - 128 de 13.000 sustancias químicas - de las sustancias químicas utilizadas en los plásticos están reguladas actualmente por los acuerdos multilaterales internacionales vigentes en materia de medio ambiente”, según el IPEN. Para añadir una capa de complejidad, no existe un inventario sobre dónde, cuándo y qué cantidad de estas sustancias químicas se liberan en los distintos ecosistemas.
Así que mientras que los investigadores del cambio climático evalúan variables específicas – como el aumento de temperatura en el ambiente – esta mezcla de contaminantes y la falta de información sobre dónde están y sus posibles impactos crean una pintura desordenada para los investigadores. Y “para aquellos que sabemos que sí causan daño, los efectos pueden tener muchas, muchas caras diferentes, por así decirlo”, añadió Sigmund.
Los escasos vínculos entre contaminación y pérdida de biodiversidad que se han podido establecer suelen publicarse en un “número notablemente bajo de revistas científicas” especializadas en ecotoxicología, donde rara vez se encuentran artículos sobre la pérdida de biodiversidad, según constataron investigadores en un paper que analizó la ausencia de investigaciones sobre contaminación química en la conservación de la biodiversidad. Como resultado, la investigación sobre contaminación química está aislada, lo que “contrasta notablemente con los patrones de publicación sobre cambio climático, pérdida de hábitats y especies invasoras”, escribieron los autores en el artículo, publicado en Nature Ecology and Evolution.
El diálogo entre la ciencia y la política pública sobre la contaminación química enfrenta problemas similares, agregaron los investigadores. No existe ningún organismo científico reconocido a nivel global en materia de sustancias químicas, y los esfuerzos internacionales están fragmentados en varios convenios internacionales: Basilea, que regula el movimiento y eliminación de residuos peligrosos; Rotterdam, que fomenta la cooperación en el comercio internacional de productos químicos peligrosos; Estocolmo, cuyo objetivo es proteger la salud humana y el medio ambiente de los efectos de los contaminantes orgánicos persistentes; y el Convenio de Minamata, que regula el comercio de mercurio.
[Este contenido procede de EHN Lee el original aquí]






