Los gobiernos se quedan atrás frente a la emergencia climática en la COP26
De la cumbre del clima de Glasgow tampoco saldrá un conejo de la chistera con la panacea para solucionar el problema del calentamiento global. Pero la cumbre, en cuya inauguración el pasado 31 de octubre han participado unos 120 jefes de Estado, sí servirá para volver a poner el foco mundial sobre la lucha contra el calentamiento tras la pandemia. Además, se espera que muchos países asuman compromisos concretos para abandonar el carbón, para poner fecha de caducidad a los coches de gasolina y diésel y para reducir las emisiones de metano, un potente gas de efecto invernadero. Las naciones en desarrollo también conminarán a las más ricas a incrementar la financiación climática para que puedan afrontar un problema que ellas no han creado, pero que les hará más daño que al resto.
“Todos somos conscientes de las alertas científicas, pero los cambios de hábitos, los cambios estructurales, no se dan de la noche del domingo a la mañana del lunes”, explica la economista costarricense Christiana Figueres, sobre el claro desacople que hay entre la rotundidad de las alertas sobre el calentamiento y la lentitud de los Estados a la hora de lanzar el cambio de rumbo. Porque mientras que la ciencia, los activistas y cada vez una parte más importante de la sociedad reconocen los impactos del calentamiento en su vida cotidiana en forma de fenómenos extremos y urgen a actuar, las emisiones siguen al alza y los planes de los gobiernos no trazan una senda de reducción inmediata, para esta década, como piden los expertos.
“No estamos en el buen camino”, admite Valvanera Ulargui, directora de la Oficina Española de Cambio Climático, que habla de la necesidad de aumentar “la ambición”. De la cumbre podría salir un nuevo llamamiento a los países a elevar otra vez sus objetivos, algo contemplado ya en el Acuerdo de París. Según ese pacto, la siguiente actualización debería hacerse dentro de cuatro años, pero como explicaba esta semana la actual responsable de cambio climático de la ONU, Patricia Espinosa, “este es un proceso continuo” y “las metas se pueden revisar en cualquier momento”.
En 2020, las restricciones por el coronavirus hicieron caer las emisiones de dióxido de carbono ligadas a la energía un 5,6%. Pero en 2021 se ha producido un tremendo rebote y se espera que vuelvan a crecer hasta niveles similares a los de 2019. “Es como si dejas de usar un coche, que deja de emitir gases. Pero cuando lo vuelves a arrancar expulsa lo mismo porque no lo has cambiado”, dice Pep Canadell, director del Global Carbon Project y uno de los autores del último informe del IPCC, el panel de expertos internacionales que fija las bases de la ciencia sobre el cambio climático. “El 80% de la energía que genera el ser humano viene de los combustibles fósiles, esto no se cambia de la noche a la mañana”, añade Canadell. La apertura de la economía no solo ha generado el aumento de las emisiones, también está llevando a una escalada mundial de los precios de los combustibles fósiles.
A falta de un cambio de rumbo radical, de la cumbre del clima de Glasgow sí se espera que puedan salir algunos compromisos puntuales que ha estado impulsando el Gobierno británico, que ostenta la presidencia de la COP26, a través de su diplomacia internacional. Como explica Keiran Bowtell, el agregado de cambio climático de la Embajada de Reino Unido en España, se ha estado trabajando para lograr que un número considerable de países se sumen a alianzas para poner fin a los coches de combustión o al carbón para generar energía. También se espera que más de medio centenar de países se comprometan a reducir en 2030 un 30% sus emisiones de metano, un potente gas de efecto invernadero muchas veces eclipsado por el dióxido de carbono. Además, se tratará de cerrar un pacto sobre los mercados de carbono, algo que se lleva intentando sin éxito desde hace cinco años.
También se esperan nuevos anuncios de países que se fijan como objetivo llegar a las emisiones netas cero a mediados de siglo. Esto supone que a partir de ese momento solo podrán emitir los gases que puedan ser capturados por los sumideros (como por ejemplo los bosques o los océanos). Lograr esas emisiones netas cero es lo que establece ya el Acuerdo de París y alrededor de 75 países se han fijado ya esa meta (aunque solo 11 lo tienen blindado por ley). El problema es que en muchos casos ese objetivo para 2050 no cuadra con los planes a corto plazo, para los próximos ocho años, por lo que muchos expertos ponen en duda la consistencia de estas promesas.
[Esta noticia procede de El País. Lee el original aquí]