ONU y FAO avisan: la lucha contra el desperdicio de alimentos debe ser una prioridad global

A veces, son solo pequeños gestos los que nos traicionan, como tirar la última pieza de fruta a la basura porque está un poco tocada o desechar esos restos de cocido porque no nos apetece comer lo mismo dos veces. Otras, es el compromiso social: hay pocas cosas peor vistas que tener invitados a cenar y que la comida esté justa o apenas llegue para todo el mundo. Pero también son prácticas asentadas en nuestras cadenas de suministro, como los problemas en la comercialización de ciertos productos que lleva a que partes enteras de las cosechas se pierdan por no ser rentable su transporte o venta. Según la ONU y la FAO, el desperdicio alimentario es un grave problema mundial, que se estima afecta al casi un tercio de los alimentos producidos mundialmente.
Consciente de la importancia de frenar esta situación insostenible, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió el pasado año designar el 29 de septiembre como el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos, una efémeride que se estrena este 2020 en plena pandemia. De hecho, la propia COVID-19 está generando desafíos significativos en el abastecimiento alimentario de muchos países, ya que muchos productores y distribudores no han encontrado mercados a los que abastecer y, por ende, su producto se ha echado a perder.
En el otro extremo de la cadena, las compras compulsivas por parte de los consumidores durante la pandemia provocó un gran desperdicio alimentario y el desabastecimiento en los supermercados, los cuales tampoco podían donar comida a unos bancos de alimentos apurados por una demanda creciente a causa del incremento del desempleo. Por eso, la ONU considera que actualmente existe una mayor necesidad que nunca de “transformar y reequilibrar la forma en que se producen y consumen nuestros alimentos”.
La FAO, por su parte, apunta en un reciente informe que reducir las pérdidas y el desperdicio de alimentos es “esencial” por dos motivos. Por un lado, en un mundo donde el número de personas afectadas por el hambre ha aumentado lentamente desde 2014, y cada día se pierden y desperdician toneladas y toneladas de alimentos comestibles, es un “imperativo ético” lograr reducirlo a la mínima expresión. Pero también hay un razonamiento económico, ya que todos los recursos que se utilizan para producir este alimento, incluidos el agua, la tierra, la energía, la mano de obra y el capital, son malgastados si este no se consume. Y otro climático: la eliminación de estos alimentos en vertederos genera emisiones de gases de efecto invernadero, lo que contribuye al calentamiento global.
Actualmente, el 38% del consumo total de energía en el sistema alimentario mundial se utiliza para producir alimentos que o se pierden o se desperdician. Según la ONU, reducir la pérdida y el desperdicio de alimentos “requiere la atención y las acciones de todos”, desde los productores de alimentos hasta las partes interesadas de la cadena de suministro de alimentos, las industrias alimentarias, los minoristas y los consumidores. Por ello la temática de este año de estreno se titula “Detén la pérdida y el desperdicio de alimentos. Por la gente. Por el planeta”.
Aunque a priori suenan parecido y el resultado final, que es el de no consumir alimentos perfectamente comestibles, es idéntico, los organismos internacionales suelen distinguir entre pérdida y desperdicio. La primera se produce a lo largo de la cadena de suministro alimentaria desde la cosecha hasta el nivel minorista, pero sin incluirlo, mientras el desperdicio de alimentos se produce a nivel de la venta al por menor y el consumo. Según las estimaciones de la FAO, alrededor de un tercio de los alimentos del mundo se pierden o se desperdician cada año, de los cuales más de la mitad corresponden al lado mayorista de la cadena de suministros.
Estos alimentos se pierden sobre todo en las explotaciones agrícolas, con causas que van desde un momento inapropiado para la recolección, las condiciones climáticas, las prácticas utilizadas en la recolección y la manipulación, y los problemas en la comercialización de la producción. Pero también hay pérdidas significativas en el almacenamiento y en el transporte, sobre todo a causa de instalaciones o vehículos obsoletos, problemas técnicos, errores humanos o decisiones tomadas en etapas tempranas de la cadena de suministro que hacen que los productos tengan una vida útil más corta.
Por otro lado, las causas del desperdicio de alimentos en el comercio minorista están relacionadas con una vida útil limitada, la necesidad de que los productos alimenticios cumplan las normas estéticas en términos de color, forma y tamaño, y la variabilidad de la demanda. Y el desperdicio a nivel del consumidor se debe a menudo a una mala planificación de las compras y las comidas, un exceso de compra (influido por porciones y tamaños de envases demasiado grandes), confusión sobre las etiquetas (fechas de consumo preferente y de caducidad) y un almacenamiento inadecuado en el hogar.
Según apunta la FAO, las mayores mejoras en la seguridad alimentaria se producirían “reduciendo las pérdidas de alimentos en una etapa temprana de la cadena de suministro, especialmente en las explotaciones agrícolas y durante la cosecha en países con altos niveles de inseguridad alimentaria“. En cualquier caso, cuando las reducciones en la pérdida de alimentos ocurren cerca de la granja, son más efectivas para abordar la inseguridad alimentaria y aliviar la presión sobre la tierra y el agua, mientras que si las reducciones en el desperdicio de alimentos ocurren en la esfera del consumidor, son clave para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
[Esta noticia fue publicada originalmente en El Ágora. Lee el original aquí]