Singapur: el paraíso sostenible que hizo de la necesidad virtud

Cuando Singapur consiguió su plena independencia, en la cabeza este primer ministro resonaba la idea de que las junglas de hormigón destruían los espíritus humanos. Por desgracia, Singapur era mucho más que simple hormigón. Como explicó en el 2018 Masagos Zulkifli, anterior ministro de Medio Ambiente y Recursos Hídricos de la moderna urbe asiática, la ciudad estaba gobernada por la contaminación y la suciedad: “Arrojar basura a las calles de Singapur era una norma que impulsaba el mal olor, el nacimiento de plagas y, lo más importante: la degradación de sus recursos hídricos”, señaló.
Este último detalle recobra un doble sentido para una ciudad insular con poco más de 720 kilómetros cuadrados porque, tal y como señaló el ex ministro, los recursos eran muy limitados. Incluso el aire limpio era considerado como un recurso y las industrias que, en cierto modo, daban el poco de vida al país, empezaron a ser vistas desde otro punto de vista. Ante este escenario de pobreza e insalubridad, Lee Kuan Yew inició en el nacimiento de una nueva etapa simbolizado con la plantación de un árbol y que al poco tiempo se materializó en el alumbramiento de diversas campañas ambientales que se crearon para impulsar un desarrollo sostenible en Singapur. Así, inició un proceso de reconversión totalmente atípico para la época que en estos momentos es un ejemplo a seguir.
“Mirando hacia el pasado, los esfuerzos en materia de sostenibilidad pueden servir como un marco de referencia para las ciudades actuales. Nuestro esfuerzo por buscar el desarrollo sostenible nos ha permitido crear una economía diversificada basada en la innovación que atrae inversores, proporciona puestos de trabajo y, sobre todo, cuida el medio ambiente”, señala Lee Hsien Loong, actual primer ministro de la ciudad-Estado asiática.
“La apuesta por el medio ambiente ayuda a la ciudad a prosperar, irónicamente, a pesar de nuestras limitaciones con los recursos naturales, especialmente la tierra y el agua dulce”, añade el primer ministro. La apuesta por la innovación y el desarrollo tecnológico en materia ambiental, por ejemplo, les condujo años atrás por iniciar la explotación de uno de sus recursos renovables más abundantes: el sol. Actualmente, Singapur es una de las ciudades de la región templada planetaria que más irradiación solar recibe, siendo esta un 50% superior que la media captada por el resto de las áreas similares.
A pesar de que el 95% de su producción energética depende de las importaciones de gas natural, el Instituto de Comercio Exterior (ICEX) de España comenta en un artículo que con la apuesta por la energía solar pretenden aumentar su capacidad a un pico de gigavatios de potencia para el 2030, o lo que es lo mismo, conseguir la suficiente energía como para alimentar a más 350.000 hogares al año.
Los jardines de la Bahía de Singapur acogen a una serie de estructuras verticales de 50 metros decoradas con vegetación real. Por la noche ofrecen un espectáculo de luz que se alimenta con la energía generada por el sol. No obstante, este faraónico proyecto no está exento de desafíos, principalmente, porque la elevada densidad demográfica y la falta de espacio impiden la creación de parques solares. Ambos problemas se quieren solventar con un proyecto conocido como el Power Link de Australia-Singapur. Según detalla el ICEX, esta iniciativa promete convertirse en la granja solar más grande del mundo. Un lugar que a partir del 2026 producirá en el amplio terreno australiano unos 10 gigavatios de potencia, el equivalente a 10 centrales nucleares, de los cuales tres se transmitirán a Singapur con ayuda de un sistema de transporte de energía de 4.500 kilómetros de longitud. Hasta que ese momento llegue, otros abogan por obligar su instalación en los edificios de nueva construcción e, incluso, crear parques solares en las aguas oceánicas.
En vista de la falta de vegetación en la ciudad, el proyecto ciudad jardín propuso reconvertir la ciudad en un espacio verde a gran escala donde el hormigón pudiera mimetizarse casi por completo con esa naturaleza que les ayudaría a resolver los principales problemas de salud de las personas y del ambiente. El proyecto Singapur, ciudad jardín fue el encargado de abanderar ese enfoque dotando de vegetación a los espacios públicos. Para los primeros compases de la década de los 70, unos 55.000 nuevos árboles crecían en las calles de la ciudad e, incluso, se estableció un día oficial para impulsar su plantación.
Ante la falta de espacio, los proyectos posteriores vinieron acompañados de reformas legales que, entre otras cuestiones, obligaban a las empresas y entidades públicas a reservar espacios verdes en sus terrenos y, más tarde, a todos los edificios a plantar vegetación en ellos. Esto ha desembocado en una enorme cantidad de fachadas decoradas con el verdor de las plantas, entre otras estampas que parecen imágenes venidas de un futuro utópico.
No obstante, si hay que hablar de una verdadera transformación ambiental en Singapur, se debe mencionar al agua, concretamente la que corría por su río: “Una de las mayores modificaciones que se realizaron en la ciudad implicó la limpieza del río, que fue literalmente una alcantarilla abierta entre los años 60 y 70”, comenta Masagos Zulkifli, del Gobierno de Singapur. Esta estrategia no solo les permitió disponer de agua limpia, sino de liberarse de la dependencia del agua de Malasia que no paraban de importar.
Asimismo, los líderes de Singapur imaginaron un entorno limpio y, sobre todo, libre de inundaciones, meta que alcanzaron con ayuda de sistemas de captación de las aguas de lluvia que impulsaban estos fenómenos. En principio, las estructuras de hormigón hicieron este trabajo; sin embargo, el desarrollo de nuevas ideas y tecnologías les encaminaron a remodelar estas estructuras hídricas por otras que pudiesen servir como icono en la ciudad.
Por supuesto, lograr toda esta transformación con la sostenibilidad como eje vertebrador no fue nada fácil para una sociedad habituada a todo tipo de excesos. De hecho, antes de iniciar el proceso, era habitual que la basura se arrojase de las ventanas a la calle, entre otros comportamientos incívicos. La imposición de nuevas leyes y de correspondientes sanciones fue, a corto plazo, la clave del éxito. Sin embargo, si realmente se quería que la ciudadanía formase parte del cambio era necesario seguir innovando y hacer partícipe a la sociedad del proceso. La ciencia ciudadana y los experimentos destinados a la innovación de sus vidas se presentaron, a partir de ese momento, como llave del éxito.
Abrazar las nuevas tecnologías y estar a la vanguardia en este campo ha permitido a Singapur culminar su transición ecológica con éxito. No obstante, en su camino sigue innovando en materia de planificación urbana y, sobre todo, colaborando con los sectores privados no solo para solventar algunas las posibles lagunas que puedan surgir, sino para que la ciudadanía no pierda el interés presente y futuro por al ciudad, tal y como señala el Gobierno.
[Esta noticia fue publicada originalmente en El Ágora. Lee el original aquí].